Corazones Sucios: samurais y conspiraciones en Brasil

¿Qué relación une a Brasil y Japón?  Aparentemente nada del otro mundo. Por cultura general uno se acuerda del entrenador brasileño y borrachín de Oliver y Benji, o de los sopapos que sueltan los mulatos que practican jiu-jitsu brasileño.

Sin embargo, ambos países comparten una historia de amor/odio que incluye éxodos masivos y un grupo terrorista que se llevó por delante veintitrés personas en territorio brasileño.

Empecemos por el final. A día de hoy los brasileños son la cuarta“minoría” presente en Japón, apenas superada por los coreanos, filipinos y chinos. ¿Como se explica?

En realidad, la migración comenzó en sentido contrario. En 1895 el Presidente de los Estados Unidos de Brasil y el Emperador japonés Yoshihito firmaron un importante acuerdo de Amistad y Comercio. Este convenio permitió que miles de japoneses emigrasen a Brasil a principios del siglo XX.

Precisamente el país del sol naciente tenía una grave crisis demográfica  (justo lo contrario que ahora) y en Brasil necesitaban mano de obra para las plantaciones. Sólo entre 1917 y 1940, llegaron 164 mil japoneses –la inmensa mayoría al Estado de Sao Paulo– .

La adaptación de los inmigrantes no fue fácil. Había un fuerte choque cultural y un racismo inherente al proceso que sufría Brasil en aquella época. Los latifundistas imponían condiciones leoninas y obligaban a los trabajadores nipones a cumplir sus contratos. Algunos se rebelaron y huyeron.

El acuerdo entre ambos países garantizaba en su primer artículo “paz perpetua y amistad constante” entre sus dos pueblos.  Pero no contaban con la II Guerra Mundial ni con que Brasil se implicaría en la misma tras el ataque de Pearl Harbour declarando la guerra a Japón.

Comenzó en ese momento una persecución a los japoneses que también se reprodujo en muchas naciones alíadas, con desplazamientos forzosos y represión masiva. Se prohibió el uso de la lengua japonesa y cualquier manifestación de su cultura.

La Comunidad japonesa reaccionó de forma divergente.  El nacionalismo exacerbado de la época estaba presente en los inmigrantes. Existía mucha confusión, los rumores y la información fidedigna escaseaban en las zonas rurales, donde muchos ni siquiera hablaban portugués.

Para una parte importante parte de los nipo-brasileños, Japón no podía perder la guerra de ningún modo. Era algo simplemente inconcebible  Por ello, con el anuncio de la derrota se produjo una división en dos bandos. Por un lado, los makegumi (derrotistas), que aceptaron el fracaso en la contienda. Y por otro lado los kachigumi (victoristas) que eran mayoría y que negaban que Japón pudiera ser vencido y seguían defendiendo la continuidad de la guerra y que todo era un montaje.

Dentro de estos últimos, había una facción particularmente nacionalista y extremista llamada Shindô Renmei  (“La Federación de Leales Súbditos”), que en su «conspiranoia» empezaron a tomar acciones armadas para castigar a los traidores o «corazones sucios».

Este hecho es inaudito. Unos inmigrantes viviendo a miles de kilómetros de su país que se dedican a matarse entre ellos por una guerra ya finalizada. Solo en dos años asesinaron a veintitrés personas e hirieron a ciento cuarenta  y siete. Ninguno de ellos era brasileño.

Mandaban cartas a los sospechosos reclamando su suicidio (a través del «seppuku«). Si no aceptaban eran ejecutados sumariamente delante de sus familiares, con katanas o disparos. La impunidad de la que gozaron provocó que creciesen sus células y miembros, hasta que el gobierno brasileño les puso freno con una persecución implacable. Merece la pena leer su historia. (Ver artículos citados al final)

El último asesinato fue en 1947. Aunque el tema es bastante desconocido en Europa, en Brasil incluso ha inspirado una película llamada «Corazones sucios«, y escribiendo este artículo acabo de ver que se ha publicado el primer libro en castellano sobre el tema  «Japón ganó la guerra» de Jesús Hernández.

La tendencia de la inmigración cambió en los años noventa y muchos nipo-brasileños empezaron a retornar al país de sus padres. Se les facilitó la entrada con la finalidad de aliviar la escasez de trabajadores en profesiones sin demanda laboral. Siempre hace falta carne de cañón.

Este fenómeno entre dos países y culturas tan diferentes resulta fascinante.  Como afirma Hector Tomé en la Revista Cultural Ecos de Asia «Brasil es, sino el más, uno de los países con mayor mezcla étnico-cultural que existe, mientras que Japón ha sido clásicamente un ejemplo de hermetismo. Y ambos han cargado con el lastre del racismo y la limpieza étnica en su historia reciente. La emigración de ida y vuelta que han compartido japoneses y sus descendientes (nikkeis) es uno de los pocos ejemplos de exilio que encontramos en su cultura […] lo que podría arrojar luz sobre la problemática de los movimientos poblacionales y las responsabilidades que acarreamos hacia ellos.»

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