Mudbound, de Dee Rees (2017)

Con poco ruido previo -seguramente a causa de su proximidad en fechas con el estreno del producto estrella de la compañía- llegaba el viernes pasado la última apuesta cinematográfica de Netflix, que decididamente se lanza al asalto de los grandes premios avalada por las alabanzas cosechadas en el mismo Sundance entre otros festivales clave.

De antemano, cabe subrayar que Mudbound -basada en la homónima novela– es otro producto de su tiempo, un tiempo que en este caso también es el nuestro. En ese sentido, parece claro que la crisis de valores y el malestar social que según parece nos acompañará toda la presente legislatura estadounidense marcará el cine de años venideros con una oleada de dramas personales entre los que conviene diferenciar el oportunismo creativo de la calidad.

Dicho esto, Mudbound se erige como una más que interesante propuesta con muchas virtudes pero también con algún que otro defecto, más allá de lo achacable a casi cualquier película de época, en este caso ambientada en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Me da la sensación de que casi todo lo malo que tiene se encuentra en la primera hora de película donde la directora, Dee Rees, parece no saber muy bien hacia dónde viaja a pesar de estar formalmente correcta. Aparte de aspectos de la trama resueltos con bastante poco tino, los flashbacks bélicos que utiliza sencillamente no terminan de funcionar, desviándose un tanto del meollo de la historia, que no deja de ser la amistad surgida entre dos jóvenes ex combatientes -tan diferentes y a la vez tan iguales- que regresan al sur de los Estados Unidos en un contexto de segregación racial sobradamente conocido.

A pesar de la excesiva sobriedad y relajación iniciales, lo más destacable que encuentro es al aquí soberbio Rob Morgan (también presente en Stranger Things) así como al tratamiento que se hace del anhelo de propiedad de la tierra y del racismo normalizado, temas que acompañan a los EEUU desde sus albores como nación hasta hoy mismo y que ya abordó David W. Griffith en sus dos obras capitales hace hoy más de un siglo.

No obstante recomiendo ser paciente pues una vez que los dos personajes centrales regresan a casa la película cobra un ritmo irresistible que ya no te suelta. Ese segundo tramo está marcadamente definido por el estrés postraumático que inevitablemente acompaña a quienes regresan del infierno de la guerra, estrés acentuado inevitablemente por las particulares vicisitudes de un lugar como Misisipi en los años 40. Su vuelta al mundo real resultará tremendamente cruda pero en cierta medida esperada aunque, a pesar de sus aparentemente diferentes perspectivas vitales, la nostalgia común por la vida en el frente y la incapacidad de adaptación tras haberla abandonado forjará en ambos una camaradería que pesa más que cualquier convención social por amenazante que esta sea.

La película habla sobre la importancia de los lazos familiares -mucho más firmes y sinceros en la clase humilde que en la opresora en este caso- pero también sobre cómo en ocasiones el apego por el hogar y el sentido del deber pueden frenar las ambiciones de un joven. Todo ello, sumado a su ruptura con un pasado angustioso sí, pero emocionalmente mucho más intenso en este caso, parece arrastrar a los protagonistas a una espiral de autodestrucción propia de quien todavía desconoce su nuevo papel en el mundo. En esencia Mudbound ofrece todo eso, aunque no sería justo despedir esta reseña pasando por alto la imponente y oscura fotografía que retrata a la perfección el entorno tormentoso invadido por el fango, como tampoco la obvia influencia de Peckinpah en las escenas finales especialmente, en este ejercicio de memoria histórica que apuesta por la reconciliación y la indulgencia de la gente sea cual sea el color de su piel.

Si funcionará o no mejor que Manchester by the Sea (2016) de cara a los grandes galardones todavía no lo sabemos, lo que sí es seguro es que la estrategia de prescindir de las salas de cine para la distribución no complace a muchos aficionados (entre los que me incluyo), pero eso me temo que es harina de otro costal.

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