Tres anuncios en las afueras, Martin McDonagh (2017)

Resulta desconcertante que, cuando estamos a punto de cerrar uno de los peores annus horribilis que se recuerdan en el cine (a falta de estrenarse en España alguna de las películas más esperadas del curso), la gran revelación de la presente temporada sea fruto de aquel travieso divertimento inventado hace más de cincuenta años llamado «macguffin«, que no solo no ha pasado de moda sino que demuestra seguir funcionando a la perfección ante el espectador.

Situémonos. «Tres anuncios en las afueras» se presenta como la trágica historia de una madre coraje -la homérica Frances McDormand– que trata por todos los medios de reavivar la estancada investigación del asesinato de su hija, «violada mientras moría» por unos malnacidos de los que en este podrido mundo real todavía abundan. Partiendo de esa base pero lejos de convertirlo en el thriller convencional con ocasionales pinceladas cómicas que pueda parecer, el director se interesa mucho más por adentrarse en la enrevesada psique de unos personajes poco arquetípicos que conjugan las miserias y bondades del ser humano de nuestros días, dando forma con este particular envoltorio a la más redonda denuncia/oda que se ha compuesto en nuestro honor en los últimos tiempos.

Entre las muchas bajezas que aquí se abordan de forma tan acertada como ambivalente destaca la cruda cotidianidad de la violencia de género desde la perspectiva de una mujer maltratada -y a pesar de todo terriblemente indulgente con su agresor- que a la vez reúne la fortaleza necesaria para enfrentarse a pecho descubierto con la policía como institución, llevando sus actos hasta los límites más extremos de la razón.

La atmósfera del pequeño pueblecito de Ebbing se verá también contaminada por las socialmente aceptadas dosis de racismo y homofobia, en un entorno donde la sensación de fracaso y las ilusiones perdidas condicionan las vidas de sus habitantes, que resultan ser sureños estadounidenses como podrían serlo de cualquier rincón del planeta. Todo ello aparece escudado en un guión perfecto del que se perdona cualquier estridencia (que las hay), ya sean el momentáneo y gratuito discurso anticlerical como la innecesaria irrupción de algún personaje del que no desvelo más información…

Lo cierto es que hay mil cosas de las que hablar en «Tres anuncios en las afueras» en sus apenas 112 minutos de metraje, aunque posiblemente lo más destacado sea el arco de transformación magistralmente trabajado, fruto de la experiencia teatral del director, que ayuda a que encontremos tres interpretaciones antológicas a cargo de la citada McDormand, un sobrio Woody Harrelson y un estratosférico Sam RockwellMINISPOILERDe este último es precisamente la mejor escena, en la que asistimos a una metamorfosis estremecedora al son de una pieza operística que no necesita nada más que la lectura en off de una carta y las miradas de unos actores en estado de gracia para cortar la respiración, las imágenes lo dicen todo. Es sencillamente una de esas secuencias que en los últimos diez años apenas pueden contarse con los dedos de una mano, es el cine en estado puro, o poesía, según se mire.

La pieza de la escena en cuestión

Si bien es cierto que la cara dramática de la película es la que debería encumbrar a esta obra como un clásico contemporáneo, cuando McDonagh se acerca a la comedia tampoco falla en su propósito, empalmando derechazos en la mandíbula con carcajadas inevitables, nuevamente gracias a un libreto impoluto en el que la dualidad en el tono de la película y en el carácter de los personajes van de la mano, haciendo que la temperatura suba y baje a su antojo sin permitirte un segundo para la relajación. En ese terreno encontramos (MINISPOILER) gags tarantinianos como el de la visita de McDormand al dentista del pueblo o las surrealistas conversaciones entre el agente Dixon (Sam Rockwell) y su madre, o entre el agente Dixon y sus compañeros de comisaría, o entre el agente Dixon y cualquiera con quien converse en cualquier momento.

En fin, la película es de esas que se te quedan en la memoria, ya sea leída como un neowestern, como una comedia negra o como simplemente la última película de culto en la tradición de las Fargo y compañía, con las que inevitablemente ya se compara y a las que a mi juicio supera con contundencia. Inmisericorde y divertida, como la vida misma.

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