En la madrugada del 8 de Marzo de 1966 una fuerte explosión sacude el centro de la capital de Irlanda, en la vieja calle de O’Connell se levanta una espesa polvareda, llueven cascotes de piedra. Un taxista, que aguardaba en la fría noche la solicitud de sus servicios por algún trasnochador, contempla anonadado la mole de piedra que acaba de destrozar su vehículo ¡es la cabeza de almirante Nelson!
La vieja estatua que traía a la memoria los tiempos de ocupación británica, había saltado por los aires. La farándula local no tardaría mucho en hacer composiciones para celebrar el suceso. Una de las más emblemáticas formaciones del folk irlandés, The Dubliners, reivindicaban en Nelson’s Farewell que los irlandeses habían entrado en la carrera espacial por haber puesto al Almirante Nelson en el espacio.
Oh the Russians and the Yanks, with lunar probes they play
Toora, loora, loora, loora, loo
And I hear the French are trying hard to make up lost headway
Toora, loora, loora, loora, looBut now the Irish join the race, we have an astronaut in space
Ireland, boys, is now a world power too
So let’s sing our celebration, it’s a service to the nation
So poor old Admiral Nelson, toora loo
Un héroe en el lugar equivocado
Desde 1809 el cielo de Dublín estaba dominado por la efigie de Nelson -sus hazañas marítimas y su muerte en la batalla de Trafalgar le habían otorgado el estatus de héroe y símbolo para el Imperio británico- enclavada en la calle principal de la ciudad, donde hoy se encuentra el famoso Spire. Su construcción había sido auspiciada por una burguesía que quería rendir homenaje al almirante cuyas acciones en ultramar, habían asentado las relaciones comerciales, resultando pingües beneficios. Obviamente no eran del mismo sentir los nacionalistas, quienes desde un primer momento quisieron ver defenestrado aquel símbolo del yugo británico.
La proclamación de la Independencia de Irlanda en 1922 parecía que iba a poner fin a la existencia del controvertido monumento, pero el debate sobre su futuro se centró más en cuestiones históricas y estéticas -la estatua tenía una escalera que llevaba a un mirador desde el que se contemplaba toda la ciudad- que en motivaciones políticas. Finalmente el asunto se zanjó por el aspecto económico, el coste del derribo era muy elevado. Ahí se queda el mamotreto.
Nunca provoques a un irlandés en el Pub
Dicen que no hubo generación de no soñase con volar la estatua –hubo un intento fallido en 1955 por parte de unos estudiantes – y no era para menos, resultaba curioso pasear por la calle O’Connell, plagada de monumentos a héroes irlandeses y finalmente al alzar la cabeza, ver en el cielo dominando la ciudad, un icono de la dominación británica. En 1966, con la conmemoración del 50 aniversario del Alzamiento de Pascua – hecho que se toma como raíz de la independencia de Irlanda – el debate volvió a salir a la palestra. La resolución como no podía ser de otra manera, no vino de los despachos, sino de un pique tabernario.
En un pub, unos visitantes de Belfast alterados por la visión del dichoso Almirante, echan en cara la pasividad de los dublineses hacía la estatua. El paisanaje viendo su orgullo irlandés puesto en tela de juicio comienza a disputar. En medio del ilustre coloquio entablan contacto los hermanos Christie -uno de los cuales había participado en el derribo frustrado de la estatua junto a otros estudiantes en 1955- con Liam Sutcliffe -antiguo activista que había realizado labores de espionaje para el IRA- y en petit comité urden el plan que pondría fin (o principio, según se mire) al dominio de los cielos de Nelson.
La maquinación es tan simple como efectiva: una bomba en la estatua y salga el sol por Antequera. Como habíamos señalado antes, el monumento tenía un mirador en la parte superior abierto al público al que se accedía mediante unas escaleras. Sutcliffe acompañado de su hijo de tres años para no levantar sospechas, accede y coloca una bomba de gelignina y amonal con un temporizador para que explote de madrugada, cuando el monumento esté cerrado. Abandona el lugar tranquilament y se despide del vigilante. Por la noche espera ansioso el sonido de la explosión pero nada ocurre. Algo ha fallado. El tema se pone serio, un explosivo en un lugar público con un temporizador averiado puede explotar en cualquier momento y preparar una masacre. Vuelve al lugar a primera hora y consigue recuperar la bomba. En su casa vuelve a reconfigurar el temporizador y una semana más tarde, el 7 de Marzo, repite el procedimiento esta vez sin su hijo.
A la 1:30 el sonido de la explosión irrumpe en la calle desierta, la estatua se hace añicos y la cabeza de Nelson sale despedida, aterrizando sobre un taxi. Suceso premonitorio de los viajes que emprendería el dichoso busto. A parte de los daños materiales mencionados, no hubo que lamentar heridos ni pérdidas humanas, tan solo los nervios del pobre taxista que vivió su propio Trafalgar.
La ciudad amaneció con la noticia no sin cierta sorna y cachondeo. Aunque el gobierno irlandés condenó la expeditiva demolición, nada hizo por investigar o perseguir a los autores. Un periódico relacionado con la familia del presidente titulaba así los sucesos: «Almirante británico abandona Dublín por aire». Incluso el posterior derribo de la parte del pilar que había quedado en pié, tuvo cierto aire festivo. En vez de usar maquinaria, varios ministros optaron por otra explosión -esta vez controlada- que se convirtió en un espectáculo público. Al pobre Nelson le tenían ganas.
Nelson está a la altura
El destino quiso que la cabeza de Nelson cayese sobre un taxi, ¡Ay si al taxista le hubiesen pagado en carreras todos los viajes que hizo después el mamotreto!
El cabezón –no por el carácter del dueño sino por sus dimensiones– fue robado a los pocos días de ser almacenado en un depósito municipal. La intriga sobre su paradero no duró mucho. Durante un concierto de los Dubliners, para regocijo de los asistentes, apareció compartiendo escenario con la banda. Pero ahí no acabó la cosa, eran los 60’s y hasta Nelson se iba a convertir en un icono pop: Anuncios, portadas de discos, eventos, bodas y bautizos… la dichosa cabeza empezó a aparecer de forma clandestina por todos lados sin que la policía entendiese que estaba pasando. Alguien la estaba paseando por Dublín como si nada y cediéndola para todo tipo de espectáculos.
Resultó que había sido robada por un puñado de estudiantes de arte que la cedían a modo de atracción a cambio del correspondiente dispendio, años más tarde reconocerían que con ello pudieron pagarse los estudios. A modo de comando terrorista posarían con la cabeza a sus pies, como si fuese un rehén, ocultando sus rostros con unos capuchones que les había hecho la madre de uno de ellos, obviamente no le contaron nada a la mujer y cuando esta vio la foto en la prensa sufrió un síncope pensando que su hijo se había unido al IRA.
Las autoridades entendiendo que la broma estaba yendo demasiado lejos, comenzaron a seguirles la pista, así que los estudiantes decidieron finalizar el asunto. Se la llevaron a Londres y allí se deshicieron de ella vendiéndosela a un anticuario. Cuando este fue consciente de la verdadera procedencia del busto, se puso en contacto con el gobierno para repatriar la cabeza a Dublín, en el que sería su último viaje. Una vez recuperada, la administración la instalaría en el rincón de una biblioteca municipal, donde desde entonces descansa por fin en el más indiferente de los olvidos.