Peaky Blinders (Serie TV)

Vaya por delante que a Peaky Blinders llegué tarde -como a casi todo en realidad- y a fe que no una, ni dos, sino tres veces intenté comenzarla sin éxito hasta el bendito día en que bastaron los minutos iniciales -por cuarta vez- para sumergirme en un universo del que todavía me resisto a escapar. He de confesar que no se trata de la primera ocasión en que al que escribe le sucede tal cosa, pues alguno de sus discos, bebidas, series o películas predilectas requirieron de cierta tenacidad hasta que el deleite estuvo servido…

Roto por fin el hielo, contemplar en esos primeros planos al tal Tommy Shelby a lomos de su caballo por las mugrientas calles de Small Heath (Birmingham) sirvió de estupendo preámbulo para el impecable equilibrio entre clasicismo y frescura técnica que ha acompañado a esta maravilla en sus, hasta ahora, cuatro temporadas. Antes de nada, es preciso resaltar la complicada empresa que se le planteaba a un todavía no suficientemente mediatizado Cillian Murphy al tener que llevar a la pantalla al típico hampón poderoso de bajos fondos, pues son demasiados los estereotipos y tópicos que desde hace décadas determinan las tramas gangsteriles. En este caso, el irlandés no solo sale airoso sino que logra ofrecer un retrato insólito de un embrionario mafioso con más gónadas que medios que no duda en bajarse al fango hasta el punto de jugarse el pescuezo en solitario habitualmente. Como era de esperar, el pasado tormentoso y los valores tradicionales de la estirpe de gitanos de la que Thomas forma parte jugarán un papel básico en sus ambiciones de fundar su propia organización criminal. En la familia en cuestión encontramos personajes de todos los colores donde destacan especialmente la imponente Polly Gray -matriarca del clan que encarna la independencia femenina como nadie-, el calamitoso y a pesar de todo entrañable Arthur Shelby -hermano mayor del cerebro de la banda- y la revolucionaria hermana menor Ada Shelby que, paradójicamente, aportará al resto algo de necesaria estabilidad a medida que avanza la trama y evoluciona su personaje. Un acierto en la selección del elenco es el contrapeso entre actores prácticamente desconocidos para el público con otros ya más que consagrados, caso de los antagonistas que encarnan Sam Neill, Tom Hardy y Adrien Brody, que en esta última entrega aporta una interpretación de quilates -quizás algo sobreactuada por momentos- inspirada a veces en Edward G. Robinson, a veces en el Brando del mejor de los tres Padrinos.

Como nunca llueve a gusto de todos, hay quien encuentra en sus aparentemente secos diálogos el talón de Aquiles de Peaky Blinders. Nada más lejos de la realidad. Bajo mi punto de vista de seriéfilo del tres al cuarto, no es precisamente en sus pertinentes dosis de acción donde P.B. brilla más, sino en el retrato de toda una compleja sociología de la sociedad inglesa de entreguerras que vive con incertidumbre la expansión del bolchevismo desde Rusia, la pujanza del IRA y la lucha de clases que cobra fuerza poco a poco en esa Inglaterra completamente industrializada tratando de romper sus numerosos techos de cristal mientras recupera la cordura tras la Gran Guerra. Todo ello -magistralmente ensamblado por un único guionista y apenas un director por temporada, clave seguramente de parte de su éxito- condiciona constantemente las circunstancias que afectan a los personajes, haciendo mucho más irresistible a esta serie por ello que por la bravuconería hooligan o la elegancia y atención al detalle que contribuyen hoy a su popularidad.

Por si fuera poco, su selección musical destaca con frecuencia, ya sea en la apertura de cada episodio con la rotundidad del Red Right Hand de Nick Cave y sus Bad Seeds como cuando suenan temas de un Johnny Cash crepuscular o de grupos relativamente recientes como White Stripes especialmente.

Personalmente, me resulta imposible juzgar obras vivas, pues considero que tal ejercicio debería realizarse de manera global, siempre una vez finalizada la misma. Sin embargo -dado que la espera de una quinta temporada se hará insoportable- me atrevo a aseverar que estamos ante la mejor serie que un servidor vio en años -lo cual nada ha de importar al lector, pero sí (espero) azuzar-, en un tiempo en que no abundan los productos excitantes. Todo esto y mucho más que no ha lugar destripar en esta reseña me lleva a recomendarle encarecidamente que deje entrar en su casa a estos majaderos, antes de que no le quede más remedio que hacerlo por la fuerza, «BY ORDER OF THE PEAKY FOOKIN BLINDERS«.

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