La muerte más horrible

Todo el mundo se ha preguntado alguna vez como será su momento final, ese en el que uno tiene que despedirse de este mundo y pasar a mejor vida. En el fondo, no deja de ser una interrogación bastante frustrante y una pérdida total de tiempo.

Sin embargo, el otro día obtuve una respuesta parcial mientras leía en la cama. No, no llegué a determinar cómo iba a abandonar esta vida –no tengo dotes de futurólogo–  pero lo que sí descubrí es la muerte que jamás de los jamases quiero sufrir y que no deseo ni al peor de mis enemigos.

No es una muerte ridícula de aquellas que citaban los Def Con Dos («nacer, crecer y reproducirse para luego al morir ser motivo de chiste») sino que es la horrible forma de morir que en teoría sufrió la protagonista de mi libro: enterrada viva.

Al ponerme en el lugar de la pobre chica a la que meten consciente en un ataúd y sepultan bajo tierra, me dio tal agobio que tuve que levantarme y respirar en profundidad.

Por algo es un miedo que lleva acompañando al ser humano durante siglos ya que con anterioridad al siglo XX era relativamente habitual que la gente sufriese ataques de catalepsia y acabasen en el cementerio sin haber fallecido. Luego, si abrían las tumbas, descubrían que estas estaban llenos de arañazos y de cosas peores; así fue como surgieron leyendas e historias que alimentaron los temores del populacho. Se dice que Fray Luis de León sufrió un ataque de catalepsia y fue enterrado por equivocación, cuando abrieron su sepulcro en Salamanca lo encontraron lleno de marcas hechas desde dentro. Eso explicaría porque a estas alturas no lo han hecho santo (también una excusa cojonuda para para justificar sus enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica).

Menos probable que la catalepsia es tener la mala suerte de cruzarte con uno de esos psicópatas que son perfectamente capaces de hacerte una putada de tal calibre; eso más bien queda para las películas, como sucede en Kill Bill o en Casino.

Ilustración de Harry Clarke para el relato «El Entierro Prematuro» de Edgar Allan Poe.

Como todos los temores, el miedo a ser enterrado vivo no es un sentimiento racional aunque estaréis de acuerdo conmigo en que es una de las muertes más horribles y espantosas que uno puede sufrir (H.P. Lovecraft y Poe lo aprovecharon en varios de sus relatos).

En el caso de la catalepsia, te despiertas sin saber dónde estás ni que haces allí y tras unos segundos de confusión palpando lo que se encuentra a tu alrededor, llegas a la terrible conclusión de que estás enterrado vivo. Metido en un ataúd del que no vas a salir con vida. Ese instante, en el que tu mente es consciente de la aberración de la que eres objeto, debe ser tan sumamente espeluznante como para volverte loco o producirte un infarto.

Ojalá fuera así y acabase todo tan rápido, pero me temo que la cosa debe durar un cierto tiempo… Sólo imaginarlo uno se agobia: ¿Cómo fallece un enterrado vivo?  ¿Por asfixia? ¿Por hambre y sed? o ¿por alguna extraña maniobra que logre adelantar el esperado final?.. Para un hiperactivo patológico enfrentarte a una situación como esa sin poder prácticamente moverte debe ser todo un desafío.

Por si acaso, lo mejor será ir dejando claro a todos mis familiares y amigos la gran predilección que tengo por la incineración, no vaya a ser que me encuentre con una desagradable sorpresa.

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