Belfast 1978. Cuando mi zapatilla atizó a Joe Strummer en la cara.

Este artículo fue escrito por el usuario Cool McCool para el gestor de contenidos medium.com el 20 de Junio de 2016. La traducción ha sido realizada por SinPunkToFijo. Podéis ver el artículo original: haciendo click aquí.


The Clash tocaron en Belfast en 1978 y fue una noche increíble. Consiguieron volver loco a todo el público. No fue el típico “hey es fantástico estar aquí en ehh Belfast, hoy día 29, en otro concierto de esta gira”. Esta vez fue especial. Algo fuera de lo común.

Estaba frente al escenario, fuera de mí, dejándome llevar completamente por la música. Cuando tuve un hueco, me quité una zapatilla y la lancé al escenario. Describió un arco perfecto sobre el pogo de las primeras filas, y para mi sorpresa, le dio a Joe Strummer en la cara. Joe cogió la zapatilla, la lanzó de nuevo al público y sin inmutarse, comenzó a rasgar los acordes de la siguiente canción. Como si nada, como dirían después mis amigos de Belfast.

Por supuesto, no era mi intención herir a Joe. No había ninguna motivación violenta. Estaba en éxtasis y quería demostrar lo que significaba para nosotros que The Clash vinieran a Belfast. Quería mostrar cuanto valoraba la pasión y la energía que Joe y los otros miembros del grupo estaban trasmitiendo al público del Ulster Hall esa noche. Quería quitarme la camiseta, las zapatillas. Me habría tirado yo mismo al escenario si hubiera sido posible. The Clash estaban dando un conciertazo. Era el mejor concierto que había visto en mi vida, y a día de hoy, sigue siéndolo.

Anteriormente, en la ciudad de Belfast

Estaba con mi hermana y mi amigo Davey McBride en el Robinson’s, y yo estaba totalmente indignado. Davey McBride había explicado lo ridículo que eran los conciertos de rock a los que estábamos asistiendo. Pagabas un dinero, ibas a ver la banda, te sentabas y aplaudías al final de cada canción, independientemente si era buena o mala y al final la banda hacía el teatrillo de marchase para acabar volviendo a tocar los bises. No tenía sentido, decía. Siempre saben lo que van a tocar, ¿a que venía el numerito? ¿Se merecía realmente el grupo que se le pidiera volver al escenario? Él no lo creía, ya que la mayoría de los conciertos eran una mierda. Comprabas tu entrada, veías la banda. La banda tocaba su último disco, y nunca conseguían sonar tan bien como en la grabación. Sin embargo tu permanecías sentado y aplaudías igualmente. Tocaban algunos bises, y te ibas a casa. No había nada de entusiasmo.

Yo era un recién llegado al mundo del rock y estaba furioso. Davey estaba echando pestes. Sin contemplaciones. Y lo peor es que tenía razón. Por eso me incomodaba. La música rock a mediados de los setenta era tan amenazante y rompedora, como la casa de la pradera.

A partir de ese momento, decidí que iba a cortar con ese ritual tan rancio. Iba a ser parte activa del espectáculo y acudir a conciertos donde el público interactuara. Y así fue.

La única banda que importa

The Clash vinieron a Belfast en Octubre del 78, y tocaron como si fuese su último concierto. Como si les fuesen a fusilar a la mañana siguiente. Un ataque frontal sin hacer prisioneros. Acababan de sacar White Man in Hammersmith Palais, estaban en un gran momento. Poco después empezarían a decaer,  llegarían su criticado  segundo álbum, el sobre-producido Give ‘Em Enough Rope. Y después, su gira por Estados Unidos, se volverían famosos y conseguirían sus mayores éxitos, pero a costa de convertirse en algo totalmente distinto.

Había visto a The Clash anteriormente, había cruzado Irlanda un año antes para poder asistir al último concierto de una serie de bolos en el Music Machine de Camden Town. Aquel concierto fue bueno también. The Clash, teloneados por los Specials, y un electro-duo de Nueva York que se llamaban Suicide, nombre muy apropiado, porque una turba impaciente les lanzaba botellas al escenario. Recuerdo que The Clash estuvieron tremendos y después de hacer su repertorio volvieron al escenario con Paul Cook y Steve Jones de los Sex Pistols, y para el tema final White Riot, con Jimmy Pursey de Sham 69. Fue una especie de éxtasis. Habíamos viajado más de 24 horas para ir al concierto, durmiendo en la calle esa noche y valió la pena.

Pero el concierto de Belfast fue mucho mejor. Para empezar, no había muchas bandas que viniesen a tocar aquí. Estábamos en pleno conflicto, la época de “The troubles”, tiempos duros, agitados, cada noticiario de la BBC abría con bombas y asesinatos. Para la mayoría de los grupos el Norte de Irlanda era un lugar a evitar. The Clash eran diferentes, habían intentado tocar en Belfast a finales del ’77, pero el concierto fue cancelado en el último minuto. Sin poder tocar, estuvieron por la ciudad, haciéndose fotos por el centro y en los puntos de control del ejército. Lo encontré bastante gracioso, una impostura. Lo más auténtico de las fotos eran los bigotes y los chalecos antibalas de los soldados, los mismos soldados que me paraban y me registraban de camino a la escuela. Una parte de la vida cotidiana en Irlanda del Norte.

The Clash en un punto de control. Belfast 1977.

No tiraron la toalla, la banda volvió para tocar en pequeño concierto en la Universidad, demostrando a sus seguidores de Belfast que realmente les importaban. Y luego en Octubre del 78, volvieron de nuevo, el gran concierto, el Ulster Hall. Iba a ser una noche especial.

Los punks del Norte de Irlanda eran bastante singulares. Eran tiempos violentos en una sociedad que estaba fracturada, con divisiones profundas, tensiones religiosas y políticas. Lealistas contra nacionalistas. Ser punk significaba mandar a la mierda todo eso y abrirte a un nuevo discurso. Pero  te convertías en otro objetivo. Quedarse en las trincheras y no posicionarse con ninguna facción, exponía a los punks a los ataques de ambos bandos. El ejército y la policía no eran conocidos por su mentalidad abierta precisamente.

Por mi parte creía que el punk era lo mejor que le había pasado a Irlanda del Norte y a mí en particular. A la mierda el Papa, la Reina y los políticos. No iba a defender al representante de un régimen medieval y menos a la Iglesia. Vivíamos al lado de una parroquia , y mi madre, a veces, trabajaba como criada para el cura. Así que conocía de primera mano lo que se cocía. Identificarme con The Clash, convertirme en punk, me sirvió para librarme del fanatismo. Descubrí que podía vivir a mi manera, sin cargar con tonterías religiosas y sectarias.

11 de Octubre de 1978

The Clash solía tirar de grupos locales como teloneros, en el Ulster Hall, fueron The Outcasts. Hicieron un concierto contundente a pesar de la frialdad del público. En su día escribí a Gavin Martin, del fanzine punk Alternative Ulster, preguntándole porque nunca había hablado de ellos en sus páginas, tratándose de una banda de aquí. Me respondió que eran unos pijos de clase media y que no le interesaban en absoluto. Me pareció injusto. Me gustaban The Outcasts, ellos mismos no se tomaban en serio, pero al menos tuvieron las agallas de venir a tocar a sitios apartados y marginados como Armagh, donde yo vivía.

Cuando salió The Clash, hubo un rugido y una marea de gente se dirigió hacía el escenario. No fue el típico concierto de rock en el que la gente está sentada. Cuando empezaron a tocar, el público se desató. La gente daba saltos sin parar, pero era más un salto de éxtasis que un pogo. The Clash pulverizaban las canciones nota tras nota, Joe rasgando y golpeando su guitarra como si estuviese poseído. Mick Jones y Paul Simonon saltando en el escenario, y contagiando su energía a la multitud. Topper una silueta al fondo aporreando la batería. Un ruido maravilloso, como Miles Davis y John Coltrane en pleno apogeo, como James Brown en el Harlem Apollo, algo mágico e increíble. Me sentí privilegiado por estar ahí, de ser parte de aquello. Las dificultades de ser un adolescente en el Norte de Irlanda en aquellos tiempos, lo difícil que era ser un punk… era un soplo de aire fresco. Los Clash nos hicieron sentir libres, al menos por una noche.

La Zapatilla

Me las arreglé para hacerme un hueco en la multitud y me agaché para quitarme una de mis zapatillas. No llevaba como de costumbre mis Dr.Martens, si no unas zapatillas de tela. No pesaban mucho y eran fáciles de lanzar. Cogí impulso y voló… la zapatilla le dio a Joe Strummer en la cara. “Buena puntería colega” me soltó alguien, dándome una palmada en la espalda.

Al acabar el concierto, después de todos los bises, al igual que la banda, estaba completamente empapado en sudor. Agotado, me acerqué tambaleando al escenario donde Mick Jones y Joe Strummer estaban charlando con los fans. No había síndrome de rockstars. Había una cola e intenté esperar y hablar con ellos pero era tarde y tenía que buscarme la vida para cruzar Belfast e ir hasta casa de mi hermana descalzo. Mejor moverse.

Iba cojeando hacía la salida cuando una pareja de punks se acercaron y me dieron mi zapatilla perdida. “Aquí” me llamaron “te estábamos esperando”.
Menuda alegría me dieron.

El viejo Londres

Al año siguiente, me mudé a Londres. Los amigos que allí hice, dieron por hecho que había venido a Inglaterra para escapar de la violencia. No, les corregía, vengo para ver a The Clash.

Paradójicamente, nunca volví a verlos. Se fueron de gira a América, tocaron en grandes salas. En cuanto a mí, inconscientemente seguí sus pasos a través de Londres. Las okupas en Kensal Rise, el Elgin Pub en Ladbroke Grove; la sala Acklam debajo del Westway, allí vi a un joven Sonic Youth haciendo un estruendo increíble, discos de rockabilly de saldo en el Brixton market, conciertos de reggae en el Rainbow, borracheras en los muelles, la sala Roundhose de Candem Town,  el Hotel Apocalypse, cerca de donde ensayaban Motörhead. Conocí a Jimmy Red, quien había compartido squats con Joe Strummer, y me confirmó que Joe era un tipo normal, uno de los nuestros.

Y cuando paseábamos por Portobello Road, le veíamos, solo, haciendo la compra en el mercado. “Ey Joe” le gritábamos y él sonreía y nos saludaba. Quise parar para hablar con él y pedirle perdón por el zapatillazo, pero nunca me atreví, no quería molestarlo.

En cuanto a los conciertos a los que iba, me aseguré de que me fuesen a aportar algo. Aprendí cómo se maneja un taladro gracias a los Einstïrzende Neubauten, vi a Lux Interior arrastrarse por el escenario en calzoncillos, participé en los moshpits de Conflict y los enormes Flux of Pink Indians. Luego vino una etapa bastante aburrida hasta que me topé por casualidad a los Pogues tocando en el Hope & Anchor, escupiendo con rabia esos hits  de folk’n’punk. Spider Stacy se hostió en la cabeza con una bandeja de cerveza, Cait O’Riordan golpeando ferozmente el bajo. Me tuvieron flipando hasta que ya más tarde entraron más en serio en el negocio de la  música.

El grupo Einstürzende Neubaten no solo llevaba su música experimental a las distintas salas, por el mismo precio ejecutaban un plan de reformas sobre la estructura del edificio que no siempre era del agrado del propietario.

Muchos años después

Estoy en Sydney, Australia, veo un libro sobre Joe Strummer en una librería de segunda mano y lo compro. La parte sobre los squats está bien , pero el autor divaga y se pone muy pesado con la última etapa y las historias personales de Joe Strummer.

Y qué.

No es así como Joe Strummer me inspiró. No es lo que aprendí de los Clash. Me enseñaron a luchar por lo que te apasiona, la autenticidad, la justicia social, cuestionar la autoridad y el sectarismo, ser consecuente y vivir de forma equitativa en este mundo corporativista, y no a hacer triples albums que no vienen a cuento. Eso es lo que aprendí de los Clash…

Regalé el libro a un vagabundo que paraba al lado de mi trabajo. Le di también el ticket para que pudiera cambiarlo si no lo quería leer.

Creo que a Joe le hubiera gustado eso.

 

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